El calor de esta ciudad, puede rozar a veces con lo mas parecido a tener que pagar todos esos pequeños pecados que se cometen día a día. La transpiración se siente por el cuerpo, a todo nivel, incluso en sitios donde comúnmente, las personas de las ciudades de clima frio no hacen más que cubrir y calentar. Los poros están dilatados. El dia de hoy no existe una sola nube en el cielo. El ruido es hostigante. Motos, muchas motos hacen que una ciudad en sudamerica parezca una pequeña Shangai, perdida al lado de este gran rio. Se suma el aire acondicionado, en mal estado. Seguramente en otra época fue bueno. La vieja placa de su marca lo delata. Francesa tal vez.
El ruido se vuelve una constante. Afortunadamente el sonido esperado se escucha por los parlantes de la computadora. Es increíble detenerse a pensar que todos los días consumados a cualquier tipo de relación, ahora son reducidos a una extraña suerte de bendición tecnológica, impensable, hace apenas unos años. Impensable, cuando forje la amistad de mis amigos. Cuando las conocí. Mucho antes de abocarme en esta demencia aeronáutica, botánica y eléctrica.
- Hola hermanito. Donde esta?
- Bien.
- Que donde esta?.- Parecía por su voz, que esta vez tenia afán de salir de los rodeos comunes del inicio de toda conversación.
- Estoy en la mierda. Quiere que le lleve un poco de carne de lagarto? O de pronto el señor prefiere que le lleve una daga? Me han dicho que últimamente ha estado de cacería.
- De dónde saca eso?. Usted sabe de qué le voy a hablar hoy??
Por supuesto que lo sabía. La cabeza de una persona, que conoces de hace mucho tiempo, no es algo que te sorprenda dos veces seguidas, y esta vez, ya estaba advertido.
Hace años que no encontraba confianza en las personas. No la suficiente como para querer ser transparente con alguien, que al igual que uno, se puede jactar de ser tremendamente defectuoso y lo suficientemente obtuso como para pasar por encima de tan evidentes y rudos detalles.
Su acento lo ha caracterizado toda la vida. Su manera de ver la vida, lo ha resaltado desde que lo conozco. Tal vez no nos hubiéramos hechos amigos, si no es por esa incansable persecución de una bohemia que es difícil de explicar. No se trataba de ser un errante desecho de los años sesenta en los bares del centro de Bogota, ni mucho menos convertirse en un poeta borracho con éxito mediatico suficiente como para pensar, que la razón de la vida, es una veda secreta que nos ha sido otorgada solo a nosotros. La razón probablemente se diluye entre una inexplicable adicción al Padrino (el Cóctel, no la película) y al aguardiente Blanco del Valle. Si eso se pudiera destilar, probablemente, la palabra confianza, se encontraría como un producto exclusivo de esta relación.
- Esperaba que no pasara. No ahora. Usted sabe lo que eso es.
- Marica, si uno se siente a gusto, ¿por qué negarse las cosas que estamos intentando obtener en un momento de la vida, que nunca definimos con fecha y lugar y que, cuando lo hacemos, nos preguntamos ¿es la hora adecuada?
- - Pretende que le responda? Estoy mirando hacia atrás y usted no deja de soñar con el futuro. Demasiada poesía. No le escuchaba eso desde…nunca. Esta francamente llevado.
- Necesito que este en Noviembre.
- Como? En noviembre? Esta loco. Que pasa en Noviembre?
- Me caso!
- No puedo enviudarme en Noviembre!
Exclamamos en voz alta, como si quisiéramos pelearnos, pero la verdad, solo queríamos elevar la voz para no entender la necesidad del otro.
- Usted y su cuento. No diga eso hermano! No esta viudo ni nada de eso.
Para él, no era la primera vez que escuchaba aquella afirmación. Como mi confesor de muchos años, sabia lo mucho que odiaba y evitaba los temas de muerte y cosas por el estilo. Entendía perfectamente que ahora, en una de estas pataletas idiomáticas, intentaba caracterizar los inquietudes a través de una palabra que no comprendía. La viudez o el matrimonio. Dos conceptos que si bien no son opuestos, dependen el uno del otro.
- ¿Porque me dice de esta manera? ¿Porque en este momento? La voz parecía temblar, porque en el fondo sabia que este reclamo era una pataleta sin fundamento. Un motivo más de envidia.
- ¿No le parece que nos estamos anticipando bastante a decirle?
Su respuesta no dejaba duda. Era importante que yo estuviera al tanto de sus cosas, así como en tantas otras ocasiones. Sin embargo esta vez fue enfático. Ya no hablaba mas en términos impersonales, ahora todo era la familia y el conjunto. La unión, el lazo, el vínculo.
Evite hacer sonidos despectivos. Mi desacuerdo se quedaría guardado hasta que pudiera justificarlo. Sabía con exactitud que eso nunca sería posible. Mientras todos mis pensamientos se ordenaban, un gran silencio lleno la conversación. Debió ser mucho porque la interrupción fue contundente. Su estilo, inmodificado a través de los años, lo hizo revelar su verdadera preocupación. Tal vez su única preocupación:
- ¿Como sigue usted? ¿Me va a contar lo que me iba a decir la vez pasada?
La vez pasada, era un momento hace dos semanas que se ha vuelto repetitivo día tras día, pero que para los demás, podría parecer un cuadro que difícilmente se queda en la retina con el pasar del tiempo. Recuerdo su último vestido. Era un jardinero amarillo, adornado por una gruesa correa de hebilla oscura en el cierre. No podría decir que si era de cuero o que material, pero con toda seguridad, recuerdo que combinaba con sus aretes y su collar. Este último reposaba delicadamente, de manera que aumentaba aun más el poder de atracción de su escote.
Tenia el cabello de medio lado como siempre lo hacía. Sus zapatos planos, la sostenían justo en frente de mí. - Y pensar que cuando digo, la sostenían, es una palabra que significa más bien, que estaba próxima a derrumbarse. Una lágrima empezó a deslizarse sobre su mejilla.
Pienso mucho en la inmensa sensación de vacío que me embargo en ese momento. Es probable, que sea más fácil recordar la última vez que limpie una lagrima de su rostro, que precisar la última palabra que le escuche mientras me abrazaba.
Y cada vez que pienso en lo que quiero recordar, me limito a pensar en la manera de descifrar que era lo que cargábamos cada uno en nuestras maletas.
Recuerdo su mirada. Casi parecía sincera. ¿Qué digo? Era sincera!. El sino tortuoso de muchos kilómetros embargaba nuestras vidas. Todo lo que estaba pasando era impensable hace tres años.
Tan impensable como hablar ahora por este computador. Desde esta lejanía. Con esta mezcla de sensaciones potenciadas por extrañas hierbas de un impronunciable aderezo.
- ¿Como le dijera? No estoy acostumbrado a este tipo de situaciones. Usted bien sabe que no me gustan, que no las tolero. ¿Qué más se puede esperar, sino que este un tanto lento y falto de reacción?
- Váyase detrás de ella!!- Su argumento, proviniendo de él, era más que temerario. Nunca le había escuchado decirme eso.
- ¿Es un paseíto completo, no le parece?
- Seguramente. Y una tortura si mira las condiciones, pero probablemente para cuando llegue este inmunizado. Aunque tratándose de una masoquista como usted, es difícil pensar que una medida es definitiva.
- No me diga! Vivo del dolor, tanto ajeno como propio! - Este tipo de conversaciones hacían interesante divagar cotidianidades obvias y faltas de contenido.
- Estoy casi seguro, que del dolor ajeno. Marica, se acuerda de Ángela?
- Si. Seguro. No me interesa, por si acaso me va a contar algo “interesante”.
- Me la comí de despedida de soltero, para este mes!
- Que mala selección. Mucho más corrientazo que lo ordenado en Agosto. Ole, ¿Sudo como siempre?
- Le ha mermado.
Una tremenda risa compartida nos contagia durante largo rato mientras dominábamos el comentario. La charla transcurrió por más de veinte minutos y en cada uno de ellos, se podía extraer por completo, sesenta segundos de alegría y tranquilidad.
No era extraño, una vez acabara la conversación, que hubiéramos abordado infinidad de temas, sin que propiamente, fuéramos concluyentes en alguno. Probablemente, era con este tipo de charlas con las cuales más agradecía el noble gesto que tuvo la naturaleza conmigo, para permitirme hablar por horas.
En el cuarto, en las paredes, resuenan las últimas palabras de despedida. Suenan los Rodríguez y la voz de Calamaro. A los ojos. “sin decir una palabra. Casi sin decirnos nada. Sin mirarnos a los ojos…………………y me dice la gente…….”.
Al colgar, el calor se hace evidente de inmediato. El ruido, la distancia, las motos. La humedad escurre por los vidrios. La nevera esta vacía. Enciendo el televisor. Los mismos canales de siempre. No, momento. El canal diecisiete es Venus. Hay un negro gigantesco fornicando con una asiática diminuta. Me pregunto qué tan fingida será la cara de esta y cuanto más estará rasgando sus ojos. Este canal me trae buenos recuerdos, pero no es el momento adecuado.
La nevera esta vacía. Es más, esta desconectada. La hospitalidad de este sitio, ha mermado considerablemente. Bueno, es una mentira. Siempre ha sido así. Más bien la hospitalidad que me brindo a mi mismo ha decrecido. Un falta de precisión en la elección. Calor. Me saco la ropa para estar cómodo. Justo cuando me estoy sacando la camisa un papelito sale de esta. Es una factura. Me recuerda la hora y el menú de la última comida. De nuestra última comida. Podría ser una ironía, que haya sido en Starbucks.
El mundo se cierra en ese instante. Sé que va a ser una sensación recurrente durante varios días. Tal vez unos cuatrocientos noventa y seis, tomando como referencia el ultimo precedente.
Es difícil explicar la tremenda sensación de vacío. Imagino que es la manera en que las personas se podrán sentir una vez tengan corazones, riñones y otros órganos biomecánicos. Funcionan ahí, sin hacerse sentir, para bien o para mal. Te mantienen vivo, en lo más parecido a un estado de coma consentido, sin ningún tipo de sedación. Y ni siquiera tiene un botón de OFF. No es algo metafísico, ni filosófico. A estas alturas y con la construcción mental que me toco, sería ilógico pensar en que cada estado de estos, es una oportunidad para revelar y redescubrir lo liviano de nuestra personalidad.
Pero por un momento, ya sea a trece mil pies de altura, en una maquina de millones de piezas que pueden fallar. O en un moto taxi, donde las millones de neuronas destrozadas del conductor pueden conducir a una idiotez en tres ruedas, es ese momento, donde la conciencia se revela y el automatismo acciona. El pensamiento más claro, es que todo está a la deriva. Como si se descubriera el secreto del porque no somos inmortales, o porque ni siquiera llegamos a los cien años. La vida es muy larga en esos momentos como para pensar en llegar a tener tantos pesares encima, y sumarle la tortura de ser obligado a apagar las cien velas de un ponqué, soplando con el pulmón mecánico o en su defecto con la manguera del tanque de oxigeno. Sería un gran error por cierto.
Los días son largos. Las noches no mucho.
Un extraño insomnio ha empezado a acosarme desde hace algunas semanas. Las nueve de la noche. Los aviones, ejecutan. El destino, no es otra cosa que todo eso que uno decide hacer.
2 comentarios:
Me alegra el regreso. Creo firmemente que solamente cosas como éstas valen la pena ser vividas. Las lejanías, las tristezas, y la confusión de momentos que capturan la esencia de los sentimientos son la única medicina contra el vacío de la existencia. El resto, lo inevitable.
Un abrazo.
Si algo me alegra a mi, es poder leer tus comments. Porque eso, mi querida amiga, nos acerca un poquito y me hace recordar muy buenas epocas de años que parecen lejanos.
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